2016/07/22

El desnudo masculino, del pretexto a la libertad

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2016/07/20

Androginia Psicológica








La Androginia es la capacidad de un individuo para exhibir rasgos y comportamientos “instrumentales” o típicamente masculinos (independencia, asertividad, liderazgo,) y “expresivos” o típicamente femeninos (contacto social, sensibilidad, empatía) observando que quienes tienen esta capacidad de comportarse androgínicamente, son psicológicamente más saludables (Bem, 1974).
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Si bien parece una buena aproximación... creo que "peca" desde los mismos comportamientos que define como de masculinos y femeninos...  Este argumento estaría bien para aquellos rasgos de personalidad que se adquieren del contexto del individuo... rasgos ambientales... aunque no explicarías aquellos otros que son debidos a la dotación genética...

Pienso que en pleno siglo XXI cualquier clasificación es en sí misma errónea... que todo ser humano es ante todo persona... que por serlo porta una serie de rasgos... de características individuales que le son propias... y que lo diferencian de cualquier otra persona... Puede ser una persona que muestre comportamientos de todo tipo y no por ello ser masculina... femenina... o andrógina...  ya que es ella misma y la expresión de sus rasgos de género le son únicos.





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2006/04/30

PARADOJAS DE LA SEXUALIDAD MASCULINA

Hacerse Hombres
El varón no nace tal, sino que –según la autora de este texto– se forja en ritos de iniciación que, aunque tácitos, existen también en nuestra cultura; en ese marco, ciertos fantasmas masculinos, calificables como “homosexuales”, son algo muy distinto.
Por SILVIA BLEICHMAR *

Fuente: Pagina 12. 27/06/04
La presencia real del pene y la teoría consiguiente acerca de la angustia de castración han asentado la idea de que el varón nace como tal, se desarrolla en esa dirección y su conflicto central estriba en la posibilidad de pérdida del órgano portador de la masculinidad y en lo que esto acarrea de desmedro narcisístico. Se trata de explorar no sólo los organizadores que podemos considerar de género respecto de los valores de la masculinidad, sino también la constitución misma de la masculinidad, tanto en su función social como en el carácter que asume en la relación adulta entre los sexos.La recurrencia de esta cuestión en las diversas culturas se expresa en las pruebas que los jóvenes deben cruzar con objeto de llegar a “hacerse hombres”. Y más allá de que en nuestra sociedad esto se haya desritualizado en parte, sigue teniendo vigencia. En la cultura judía, el bar mitzvah, aunque ahora se ha extendido a las mujeres –pese a que algunos religiosos todavía se rehúsen–, constituyó originalmente un rito de pasaje: el abandono de la comunidad de mujeres para ingresar en la de hombres, al punto de que cuando se debe portar un muerto se requiere un número determinado de hombres que lleven el féretro, y se considera hombre a todo aquel que siendo de sexo masculino haya atravesado el Bar Mitzvah.Existe una diferencia importante entre aquellos elementos que aluden a la asunción de roles, en el sentido tradicional con el cual los estudios de género han determinado los rasgos que la cultura impone para la asunción de la identidad, y las formas de producción de fantasmas que la sexuación determina respecto del despliegue masculino-femenino en los modos de ejercicio del placer. Se puede ser un hombre judío y ejercer la masculinidad sin haber atravesado la ceremonia del Bar Mitzvah, pero no se puede, como veremos, ser un hombre sambia sin pasar por los rituales que lo instituyen como tal.El bar mitzvah sólo convalida la condición –para aquellos que subordinan su judeidad a la asunción religiosa– de hombre judío, no en el sentido de convalidación de la virilidad, sino de la función social a ejercer. Los rituales que consideraremos a continuación implican también el ejercicio de la función sexual, definiendo, en algunas culturas, la condición de hombre en sus aspectos más universales, incluyendo roles y sexuación.Los modos de “iniciación” no ritualizados son, por otra parte, frecuentes en muchas sociedades: la visita iniciática al prostíbulo, acompañado de un tío joven o de un hermano mayor, es uno de los clásicos procesos de convalidación de la masculinidad en las culturas latinoamericanas, y éstos expresan, en muchísimos casos, la preocupación del padre porque el debut del hijo convalide no sólo la sexualidad de éste sino la propia.En el imaginario popular, la “debilidad” o el “desvío” sexual del hijo varón convoca a la burla o a la maledicencia sobre el padre, el cual de algún modo siente que ha fallado en la transmisión de la masculinidad –ya que ésta ha dejado de ser patrimonio de la tribu para serlo de la familia–, permitiendo que se exprese en el hijo “su propia falla inconsciente”, y revierte este reproche sobre la madre del hijo, acusándola de las supuestas fallas en su propia feminidad. El concepto de “madre fálica”, con el cual cierto lacanismo ha venido a sellar la responsabilidad femenina respecto de la sexualidad del hijo varón, se ha convertido, en los últimos años, en el modo como los sectores ilustrados recuperan los fantasmas populares y los hacen devenir seudocientíficos.Felación ritual
Los sambias de Nueva Guinea no sólo establecen pruebas durísimas de acceso a la virilidad, sino que se ven obligados, a lo largo de toda la vida, a confrontarse con tareas que les permitan alcanzar la pureza masculina que sostienen como ideal. Los sambias están convencidos de que la virilidad es un estado que se induce artificialmente y que debe inculcarse a la fuerza con medios rituales a los jóvenes, a quienes someten a una inducción dolorosa de la virilidad en una secuencia de ritos de transición. D. D. Gilmore (Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad, Paidós, 1994) cuenta que “lo que los hace especiales, e incluso únicos, es su fase de homosexualidad ritual, en la que se obliga a los jóvenes a practicar la felación con el adulto, no por placer sino para ingerir su semen. Supuestamente, ello les proporcionará la sustancia o ‘semilla’ de una creciente masculinidad. En palabras de Tali, uno de los informadores del antropólogo Gilbert H. Herdt (“Fetish and fantasy in Sambia iniciation”, en Rituals of Manhood) y experto en los ritos: ‘Si un muchacho no come semen permanecerá pequeño y débil’. Sin embargo, esta fase homosexual es sólo temporal y luego deja paso a una vida adulta completamente heterosexual, con matrimonio, procreación y todas las demás virtudes masculinas corrientes. Así, la homosexualidad es una vía de acceso a la ‘masculinización’ y es precisamente esta relación, en apariencia contradictoria, entre el fin y los medios, lo que hace de los sambias un caso tan interesante e importante”.La similitud entre los sambias –que han abandonado estos rituales a medida que fueron asimilados a la Papúa-Nueva Guinea moderna– y los antiguos espartanos radica en el carácter guerrero de una cultura en la cual se ensalza la dureza, la actuación decisiva, la inmutabilidad ante el peligro y el dolor, la fuerza física y el riesgo. Y el acto homoerótico no es, desde el punto de vista sambia, realmente homosexual, en el sentido del encuentro entre dos adultos aquiescentes –en esta cultura las relaciones homosexuales entre adultos son desconocidas–, y la felación es un medio para un fin más que un fin en sí, por lo cual “masculinización ritualizada” es un término más preciso y menos etnocéntrico.Al igual que otros pueblos, los sambia creen que la maduración masculina no es el resultado de un desarrollo biológico innato, por lo cual debe provocarse con la intervención de artificios culturales.
Pleno ejercicio
El llamado fantasma del obsesivo, ese fantasma de un hombre de ser penetrado por otro hombre, puede aparecer incluso en el momento del coito, en pleno ejercicio de la sexualidad masculina. Hemos detectado de manera frecuente en nuestra práctica la presencia de este fantasma bajo formas diversas, el cual da cuenta en muchos casos del deseo de ser atravesado por el pene como transmisor de potencia virilizante. En la mayoría de los casos se trata de un pene anónimo, incluso recortado del cuerpo del otro, pero que genera la fantasía de permitir modos más eficaces, más perfectos de goce, paliando la angustia por la propia insuficiencia respecto de la satisfacción de la mujer, cuestión que constituye uno de los grandes fantasmas amenazantes, generalizados, de la masculinidad actual. La simpleza de interpretarlo como producto de una corriente homosexual -efecto de la bisexualidad constitutiva o de los aspectos no resueltos del deseo erótico por el padre– no tiene en cuenta el movimiento estructural que representa. En nuestra cultura, el levantamiento de la interdicción del goce femenino, interdicción favorecida durante siglos en Occidente por la cultura religiosa, en particular cristiana, ha incrementado el temor respecto de la suficiencia masculina para satisfacer a la mujer, reforzando el fantasma de la mujer devoradora, insatisfecha, dispuesta a exigir siempre más de lo que se le ofrece y de lo que se le puede dar.La interpretación de estos fantasmas del hombre como producciones homosexuales, o lisa y llanamente de carácter femenino, no sólo implica un error teórico, una falacia conceptual, sino que ha constituido una impasse decisiva en nuestra práctica para la comprensión de la sexualidad de nuestros pacientes hombres. Y volveré a afirmar, por la responsabilidad que nos cabe en llevar a buen término el análisis y aliviar la angustia de nuestros pacientes, que toda interpretación que no sólo oculte la realidad determinante del síntoma sino que convalide el imaginario sufriente del paciente sin desentrañarlo, constituye una captura ideológica que reduplica aquellas en las cuales el yo se encuentra prisionero. Reubicar en nuestra teoría y en nuestra práctica los fantasmas que el yo considera homosexuales y que en muchos casos representan, como ocurre a lo largo del proceso de constitución cultural, formas de masculinización, despojándolos de la cualificación etnocéntrica que los vela, amplía nuestra perspectiva y genera nuevas condiciones en el proceso clínico.
* Texto extractado del libro Paradojas de la sexualidad masculina, que distribuye en estos días editorial Paidós.
Esas botitas tan lustradas
Por S. B.
Una observación con respecto a las relaciones entre homosexualidad y narcisismo. Indudablemente la teoría del narcisismo está atravesada, desde el texto inaugural de Freud, por la convicción de que el placer producido por la imagen del propio cuerpo es pregnante en las relaciones con las cuales se establece el nexo entre ambos. Y si bien en la observación de cierto tipo de homosexualidad esto parecería ser así, la generalización no sólo es inadecuada sino profundamente errónea.En primer lugar, porque el pavoneo ante la propia imagen no recubre a todo el mundo homosexual, ni tampoco es patrimonio sólo de los homosexuales. En este sentido, basta detenerse en el acicalamiento con el cual se constituyen los símbolos mismos del machismo en la cultura: jinetas, medallas doradas, botas lustradas, para advertir que el narcisismo que produce placer con la imagen del cuerpo propio es un ejercicio de muchas castas tradicionalmente consideradas masculinas y, más aún, está tanto al servicio de la conquista del sexo opuesto como de la admiración del propio. Lo mismo ocurre con la belleza femenina: la autocomplacencia por la imagen es hoy uno de los problemas mayores que enfrenta nuestra clínica cotidiana ante los síntomas de destrucción corporal, efecto de los ataques autodestructivos con los cuales las histerias se ponen al servicio de los ideales fashion que los medios imponen.
Homosexualidad en la mujer
Por S. B.
La homosexualidad cobra en la mujer un carácter diverso al del hombre (al menos tal como se presenta con coherencia entre la teoría que estoy desarrollando y la observación no sólo clínica sino cultural): puede pasar por períodos de homosexualidad elegida tanto amorosa como sexualmente (incluso con constitución de pareja del mismo sexo de cierta estabilidad), seguidos por un ingreso a la heterosexualidad (como ejercicio del matrimonio y la maternidad), o viceversa, sin el nivel de conflicto que encontramos en el hombre. Más aún, la confesión de episodios transitorios juveniles de homosexualidad no cobra en la mujer un carácter tan dramático como en el hombre, e incluso aparece como una vicisitud más de la vida y no como un núcleo pregnante de la sexualidad. Puede ser comentado después de un tiempo de análisis como algo ocurrido en la adolescencia o en la primera juventud, sin que asuma el carácter estructurante que adquieren los traumatismos sexuales juveniles de los hombres que han padecido episodios de seducción. En la mujer, el padecimiento traumático de mayor calibre parecería estar constituido por la violación, es decir, por la intromisión contra su voluntad de algo en su cuerpo, y no por el carácter masculino o femenino de su portador.// //

2006/03/13

De película... Otros análisis

A la luz del filme “Brokeback Mountain”, crece el debate sobre los matrimonios de “orientación mixta”. Es un fenómeno social que afecta a 2 millones de norteamericanas que alguna vez estuvieron casadas con hombres que tienen sexo con otros hombres. Las parejas encuentran las soluciones más diversas según su propia elección.
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Por Katy Butler

Había pasado una hora de la película “Brokeback Mountain” cuando Amy Jo Remmele se largó a llorar. Y no sólo por la mujer que veía en la pantalla, parada en la puerta de una casa de Riverton, Wyoming, mientras miraba cómo su marido abrazaba a un hombre. “Aunque nunca vi a mi marido con otro hombre, sabía exactamente cómo se sentía esa mujer”, dijo Remmele, una terapeuta de vías respiratorias de Minnesota.
El 1 de junio de 2000, Remmele, que por entonces tenía 31 años, descubrió el perfil de su marido en el sitio web gay.com. La pareja se quedó despierta toda la noche hablando y llorando. Al poco tiempo, 10 días antes de que ella diera a luz a su segundo hijo, el marido de Remmele se fue a pasar un par de noches con su nuevo novio. “Intenté persuadirlo de que no lo hiciera, pero se fue de todas maneras”, dijo Remmele. “Me sentía devastada”. Tres meses después, la pareja se divorció.
Remmele es una de los aproximadamente 1,7 a 3,4 millones de mujeres norteamericanas que alguna vez estuvieron casadas con hombres que tienen sexo con otros hombres. La estimación surge de “La organización social de la sexualidad”, un estudio de 1990, que determinó que el 3,9% de los hombres norteamericanos que alguna vez estuvieron casados habían tenido sexo con un hombre en los cinco años anteriores. El autor, Edward Laumann, un sociólogo de la Universidad de Chicago, estima que entre el 2 y el 4% de las mujeres norteamericanas que alguna vez estuvieron casadas habían formado parte de lo que hoy se conocen como matrimonios de orientación mixta.
Si bien es imposible contar con números precisos, entre 10.000 y 20.000 esposas en matrimonios de este tipo se contactaron online con grupos de apoyo. Por otra parte, estas mujeres tienen, cada vez con más frecuencia, veintipico y treinta y pico de años. En términos generales, no se trata de matrimonios por conveniencia o esfuerzos cínicos por encubrir la verdadera historia. Los hombres homosexuales y bisexuales siguen casándose por razones complejas, impulsados no sólo por la discriminación, sino también por las ambigüedades del amor sexual y por un afecto auténtico.
“Estos hombres aman genuinamente a sus esposas”, dice Joe Kort, un trabajador social de Royal Oak, Michigan, que aconsejó a cientos de hombres gays casados. Muchos, dice, se consideraban heterosexuales con impulsos homosexuales que aspiraban a confinar a la fantasía privada. “Se enamoran de sus esposas, tienen hijos y, después de unos siete años, empieza a surgir su identidad homosexual”, dice Kort. “No tienen intenciones de causar daño”.
Helen Fisher, una antropóloga de la Rutgers University, dijo en una entrevista que las relaciones humanas están formadas por tres sistemas neuroquímicos independientes, responsables respectivamente de la atracción sexual, el impulso romántico y el compromiso a largo plazo. “Los tres sistemas son muy antojadizos. Pueden actuar en conjunto o por separado”, dice la Dra. Fisher. Esto ayuda a explicar por qué la gente se puede sentir sexualmente atraída por aquellos en quienes no tiene un interés romántico y románticamente atraída por gente que no le provoca ningún interés sexual.
“Una vez que se dispara el mecanismo, es tan poderoso químicamente que hasta la gente heterosexual termina enamorándose de gente con la que nunca podría convivir”, dice.
Esto no le sirve de consuelo a las mujeres que pierden no sólo a los hombres que aman, sino también la fe en cómo procesar la realidad. “Muchas mujeres se sienten utilizadas como pantalla, pero yo sé, íntimamente, que él me amaba”, dice Remmele. “No se puede fingir la manera en que me miraba. Nunca tuve ninguna sospecha. Tiene un aspecto muy masculino”.
Kort, sin embargo, dice que las mujeres deberían prestar más atención y mirar mejor. “La gente heterosexual rara vez se casa con gente homosexual por accidente”, escribió en un caso de estudio de un matrimonio de orientación mixta publicado en septiembre en la revista “Psychotherapy Networker”. Algunas mujeres, dice Kort, encuentran que los hombres homosexuales son menos prejuiciosos y más flexibles, mientras que otras inconscientemente buscan parejas que no sean sexualmente apasionadas.
Este tipo de especulaciones enfureció a Michele Weiner-Davis, terapeuta de pareja y escritora. “Es puro palabrerío”, dijo. “Mucha gente homosexual no sabe que es homosexual. ¿Cómo se supone que sus parejas tengan algún tipo de radar?” En los meses posteriores a su descubrimiento, Remmele cuenta que su marido la dejó sola con el bebé muchas noches mientras exploraba deseos que nunca se había atrevido a admitir.
Al principio, Remmele no se lo dijo a nadie. “Vivimos en una pequeña comunidad rural y aquí la gente no es abierta con los gays”, dice. “No quería que se burlaran de él”. Aproximadamente las dos terceras partes de las mujeres que se ponen en contacto con la Red Internacional de Esposas Heterosexuales de El Cerrito, California, finalmente se divorcian, dice Amity Pierce Buxton, 77, una administradora de escuela jubilada que fundó el grupo en 1992 y estuvo investigando el tema desde 1986.
A pesar de su asombro y su furia, se cree que muchas mujeres, especialmente las criticadas por los maridos homosexuales por ser demasiado exigentes a nivel sexual, entienden qué es lo que no funcionaba bien. La tercera parte restante intenta preservar sus matrimonios, dice la Dra. Buxton. La mitad de ellas siguen casadas unos tres años o más. Más de 600 parejas de este tipo participan en grupos de apoyo online.
En un estudio de 2001, publicado por The Journal of Bisexuality, de 137 hombres gay y bisexuales casados y sus esposas, la Dra. Buxton determinó que la mayoría vivía en suburbios y ciudades medianas y habían estado casados entre 11 y 30 años. Sólo porcentaje pequeños vivían en zonas rurales, donde la privacidad familiar puede ser más difícil de sostener. La supervivencia, aunque sea de una pequeña minoría, de estos matrimonios pone en tela de juicio las cajas conceptuales en las que se suele colocar a las parejas humanas, sus afectos, su atracción, el compromiso y la sexualidad. Describir sus combinaciones resulta mucho más complicado que colocarle a una caja la etiqueta gay, bisexual o heterosexual.
Una mujer de más de 50 años dijo que ella y su marido formalmente se divorciaron cuando ella descubrió su vida sexual secreta hace siete años, pero que rápidamente decidieron quedarse juntos. Ella tiene una relación sexual monógama satisfactoria con él, mientras que él también tiene sexo con hombres. “El intentó volver al placard, pero cuanto más investigué sobre el tema, más me di cuenta de que esto es una parte integral de la persona”, dice. “No se puede apagar como una lamparita de luz. Mi marido es el hombre de mis sueños y no podría enfrentar el resto de mi vida con el hombre de mis sueños si se sienta miserable y culposo por ser gay”.
Paulette Cormack, una maestra que vive en Napa, California, estuvo casada con su marido, Jerry durante 34 años. La señora Cormack supo que si bien ella y su marido eran sexualmente activos entre sí, los deseos eróticos de él se concentraban casi exclusivamente en hombres. “No es fácil, pero yo realmente lo amo”, dice Cormack. Jerry Cormack hoy está en pareja con otro hombre gay casado y la señora Cormack tuvo relaciones extramatrimoniales. “¿Qué es la intimidad?”, se pregunta Jerry, después de ver “Brokeback Mountain” con otras personas en situaciones similares. Y agregó: “Estoy totalmente comprometido con Paulette, en todo sentido. Y eso, para mí, es una expresión de amor más fuerte que tener sexo anónimo con un hombre”.

© The New York Times
12.03.2006 Clarín.com Conexiones
Traducción de Claudia Martínez.

2006/02/24

De película...


¿Miedo…?
Cuando mi pareja y yo nos planteamos la posibilidad de ir a ver “Brokeback Mountain”, la sensación que tuve, aun no siendo consciente plenamente de ella, fue de “ambigüedad”… Llevo muchos años conviviendo conmigo mismo y sé reconocer ese “malestar”… ese “desagrado”… ese querer evitar enfrentarme con algo que, soy consciente, me va a producir “desazón”… e inquietud interior…
¿Cómo explicar esa inquietud?... ¿Qué justifica esa sensación…?
Quizás… hasta después de “sentir” la película… de salir de la sala para volver a casa comentando lo “vivido”, no fui consciente del motivo real… ¡El miedo!… El temor a enfrentarme con esas experiencias vividas a lo largo de muchos años de “educación sexual sexista”… en la que tus sentimientos, tus sensaciones más íntimas debían ser analizadas con “lupa”. Todos los que me conocéis… sabéis que siempre comento… que yo “no me quito el sexo para estar con nadie”… aunque… durante muchos años… ese no quitarme el sexo… ese ser un “ser normal”… me ha llevado a, sin quererlo, ir analizando una y otra vez “miradas”… “sensaciones”… “emociones”… “deseos”… a intentar descubrir algún indicio de “culpa”… a intentar encontrar algún atisbo de “desviación”… alguna recóndita inclinación “homosexual”… para rápidamente “castrarla”… para … “no dejarme a mí mismo sentirme sentir y sentirme mal por no poder sentir sintiendo”…
Esa continua vigilancia… ese miedo a lo que los demás pudieran pensar… esa supuesta falta de “hombría” por ser sensible a los sentimientos y emociones, en infinidad de ocasiones me han hecho “dudar” de mí mismo… Las normas impuestas por nuestra sociedad y su desequilibrante separación entre géneros, han creado un vacío en el que las personas “rebeldes”, los considerados “raros”, nos movemos con nuestros temores y miedos, obligados a silenciar nuestra propia sexualidad… nuestra “libertad”…
Sexualidad y genero… lo que soy y lo que me gusta ser… frente a lo que debería ser y a lo que debería gustarme…
El “miedo”… ese miedo que tan claramente se refleja en esta película… aun hoy en día… me hace sentir esa “incomodidad”… ese “malestar”… ese “desagrado”… y ese querer evitar “hacerme preguntas”…